
Introducción
(Jn 1, 35 - 38). Si tú fueras uno de aquellos discípulos de Juan, que al ver a Jesús, lo siguen y de pronto Él se da la media vuelta y te detiene con la pregunta “¿qué buscas?”, ¿cuál sería tu respuesta? Los discípulos de Juan querían encontrarse con Él, al punto de preguntarle “¿dónde vives?” y este encuentro marcaría sus vidas, tanto que hasta la hora quedaría escrita en el Evangelio, como las cuatro de la tarde (Francisco, 2018). Es importante que tengamos claro por qué seguimos a Jesús y que trabajemos en mejorar nuestra relación con Él. No podemos venir a la iglesia sólo por rutina o moda. Por eso, en este tema veremos a nuestro interior para descubrir cómo llegamos a este punto, luego, evaluaremos nuestra situación actual y finalmente buscaremos una forma de acercarnos más a Jesús, en donde, desde luego, interviene nuestra Madre María Santísima.
Desarrollo
¿Por qué seguimos a Jesús?
¿Por qué empezamos a seguir a Jesús? Es una pregunta que podemos hacernos. O bien, podemos formularla como nos la podrían preguntar nuestros amigos de afuera de la comunidad: “¿por qué empezaste a ir a la iglesia?”. De pequeños, probablemente fuimos a misa por primera vez porque nuestros papás nos trajeron. Si leemos el texto según San Juan (Jn 6, 1-15), vemos que la gente empieza a seguir a Jesús por mera curiosidad: ¿quién es éste que multiplica los panes y sana a los enfermos? Jesús, después de alimentar a la multitud, se retira porque sabe que lo quieren proclamar rey, sólo por haber multiplicado un poco de pan.
¿Hoy por qué seguimos a Cristo? Es importante reflexionar porque seguimos en nuestra relación con Jesús. Es posible que continuemos en la Iglesia por motivos erróneos: por tradición, rutina de todos los domingos, a lo mejor por obligación, o por tener algún beneficio. Pensemos por ejemplo en quienes vienen a misa porque si no, sus papás no les dan permiso para salir, usar el coche o recibir algún domingo. No es algo nuevo, los judíos pensaban también de una forma equivocada de Jesús. Pensaban que sería un poderoso libertador como David, que vencería con fuerza a los romanos. Pero no es así. Jesús vino a salvarnos, pero no de los romanos, si no de nosotros mismos, para que tuviéramos vida y en abundancia (Jn 10, 10). Por eso en la multiplicación de los panes querían proclamarlo rey, para tener siempre qué comer. Pero ese no es el pan que Jesús vino a darnos.
Por esto, se convierte en algo importante tener objetivos claros de por qué seguimos a Jesús, es decir, sigo a Jesús porque:
- En cada misa me alimento del pan de la Palabra y del pan de la Eucaristía
- Quiero ser santo
- Quiero ir al cielo (Jn 14, 2-3)
Si no tenemos objetivos claros a largo plazo, es como ir a la facultad con el objetivo de graduarnos pero no pensar en qué queremos de nuestra vida profesional. O como ir al catecismo y confirmación pensando que es un requisito mínimo, cuando en realidad es sólo el comienzo de nuestra vida cristiana. Y una vez más, esto no es algo nuevo, ya le sucedía a los primeros cristianos, en misa, a tan sólo unos años de que Cristo resucitara, al grado que San Pablo tuvo que reprenderlos: (1 Cor 11, 17-22).
Lo primero que debemos definir es nuestra razón para seguir a Jesús y poder responder a su pregunta de por qué le seguimos. Podemos apoyarnos en (Jn 14, 6) y seguir a Jesús porque él es el camino, la verdad y la vida.
¿Qué tan cerca estoy de Jesús?
Es posible medir nuestra relación con Jesús preguntándonos qué tan cerca estamos de él y comparando nuestra cercanía con algunos grupos de personas. El primer grupo podemos llamarlo “la gran comunidad” (Mc 4, 26-34). Vemos que Jesús hace una distinción entre la gran muchedumbre que lo escuchaba, a quienes les hablaba en parábolas y sus discípulos a quienes se las explicaba. Esta gran comunidad fue gente que seguía a Jesús por curiosidad pero que al final fueron ellos mismos quienes suscitados por los fariseos y escribas, gritaron “crucifícalo” en el juicio de Jesús. Es decir, Jesús no fue crucificado por los romanos ni sus enemigos, si no el mismo pueblo a quien enseñó. Posiblemente entre estas personas había quienes habían recibido alguna gracia de él. En nuestros tiempos, estas personas pueden ser como aquellas que vienen a misa los domingos pero sólo por rutina o tradición. Tradicionalmente se decía “vamos a oír misa” y no se llevaba el mensaje dentro del corazón. Es cuando decimos “la misa estuvo bonita” pero no sabemos de qué habló el sacerdote en la homilía. Pero la misa puede estar “simplemente bien” si tenemos buenos asientos, aire acondicionado, homilía corta, estacionamiento amplio y coro bonito.
Claro, podemos estar más cerca de Jesús, como los setenta y dos discípulos (Lc 10, 1). Jesús identifica a estas personas y las envía delante de él para anunciar la buena nueva del evangelio y sabe que puede contar con ellos. Estas son las personas que no sólo van a misa por cumplir un precepto, si no que llevan a su vida las enseñanzas que escucharon de la Palabra y la homilía y lo comparten en su casa o con quienes conviven. Es decir, sacan provecho para su vida lo que en misa viven. Saben que Dios los ve y por tanto se preparan con devoción a recibir la Eucaristía.
Pero se puede mejorar aún más. Luego están los doce apóstoles (Mc 3, 14-15). Jesús los elige para que lo acompañen y estén con él. Entre ellos se conocen, pues ya sabían que Judas robaba dinero de la bolsa. En nuestro caso, son quienes se han comprometido con Jesús para anunciar y hacer más grande el Reino. Para esto, se integran en algún grupo o ministerio dentro de la Iglesia y forman comunidad. Al igual que los doce, la comunidad es pequeña y se conocen bien entre ellos. Estas personas incrementan su oración, rezan el rosario, procuran lectura piadosa y buscan ratos de oración prolongados.
¿Podemos acercarnos más? ¡Por supuesto! Veamos ahora a Pedro, Santiago y Juan (Mt 17, 1-2). En el pasaje, vemos el momento de la transfiguración, aquí hay intimidad y Jesús les muestra los misterios, no del Reino solamente, si no de Dios. Estas personas son quienes buscan cualquier oportunidad para estar con Jesús más tiempo. Incrementan también su tiempo de oración. Su relación con Jesús es tan cercana que sienten una paz interior que nadie puede quitar. Esta paz y alegría es contagiosa y los demás lo notan.
Pero existe un nivel más cercano todavía: el discípulo amado, Juan. Es quien tiene confianza tan plena como para reclinarse en el pecho del Señor. Tanta confianza tiene Juan en Jesús que lo sigue hasta la cruz, sin importar que a él lo puedan apresar. También, Jesús confía en él tanto que le entrega lo más precioso: su Madre Santísima, para que la cuide. Quien es como Juan, tiene todo por basura con tal de ganar a Cristo, como diría San Pablo (Flp 3, 8) o bien, como también San Pablo dice, que no importa morir con tal de seguir a Jesús (Flp 1, 21).
¿Qué vamos a hacer?
La vida cristiana tiene que ser siempre en ascenso.
Habla el discípulo: […] Lo que anhelo y te pido es comunicarme contigo perfectamente; que yo aparte de mi corazón todo apego dañoso a lo creado, y consiga con mis frecuentes misas y comuniones apreciar y gustar cada día más y más lo celestial y lo eterno.
- Tomas de Kempis, Imitación de Cristo
Todos estamos llamados a ser ese discípulo amado. En otras palabras, todos estamos llamados a la santidad. Por eso conviene preguntarnos qué podemos hacer para avanzar en nuestra relación con Jesús y revisar que nuestras acciones sean congruentes con los motivos que tenemos para seguirlo. El Papa Francisco, en su homilía el domingo 14 de enero de 2018 nos hace esta invitación con respecto a la lectura con la que iniciamos este tema:
La vida de fe consiste en el deseo de estar con el Señor y en una búsqueda continua del lugar donde Él habita. Esto significa que estamos llamados a superar una religiosidad rutinaria y descontada, reavivando el encuentro con Jesús en la oración, en la meditación de la Palabra de Dios y frecuentando los sacramentos para estar con Él y dar fruto gracias a Él, a su ayuda, a su gracia.
Buscar a Jesús, encontrar a Jesús, seguir a Jesús: este es el camino. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús, seguir a Jesús.
- S.S. Francisco (2018)
Así mismo, declara a nuestra Madre María como sustento en este caminar. En otra parte, en el texto de Evangelii Gaudium, Su Santidad, el Papa Francisco menciona que María siempre camina a nuestro lado al ir hacia Jesús:
As a true mother, she walks at our side, she shares our struggles and she constantly surrounds us with God’s love.
- S. S. Francisco (2018)
Conclusión
En conclusión, es importante tener claro por qué seguimos a Jesús. Podemos acercarnos poco a poco más hacia él hasta llegar a la Santidad a la que todos estamos llamados. Para ello, no olvidemos tomarnos de la mano de María, nuestra madre que nos acompaña a lo largo del camino. Hagamos el compromiso de aclarar nuestros motivos para seguir a Jesús y con el objetivo definido, avancemos un paso más hacia Jesús.
Referencias
Kempis, T. (s.f.). Imitación de Cristo
Pbro. Caro, E. M. (2018). Tú, ¿por qué sigues a Jesús? https://www.evangelizacion.org.mx/podcast/index.php?ref=597tpppjs92capn6t1b1211
Pbro. Caro, E. M. (2018). ¿Qué tan cercana es tu relación con Cristo? https://www.evangelizacion.org.mx/podcast/index.php?ref=4495pkkn7siafzwkadf2ojl24x
S.S. Francisco. (2018). Angelus - Domingo, 14 de enero de 2018. http://w2.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2018/documents/papa-francesco_angelus_20180114.html
S.S. Francisco. (2018). Evangelii Gaudium.